La Rigidez y el Inmovilismo Aprendido
Cuántas veces hemos escuchado, en nuestro entorno, durante la infancia, frases como “¿qué quieres ser de mayor?”, “es que tú eres así y eso no cambia, cada uno nace con una manera de ser”, y tantas otras frases que apoyan esa rigidez de pensamiento, y negación a una posibilidad de cambiar o de comportarnos de manera diferente.
En la infancia, en la que intentamos con más o menos esfuerzo ganarnos el cariño y el amor de nuestros adultos referentes, a través muchas veces de conseguir su aprobación.
En este sentido, me gustaría ilustrar un ejemplo muy habitual. Nos damos cuenta en muchas ocasiones, que se muestran orgullosos cuando a la edad, a lo mejor de 6, 7, 10 años, ya sabemos a qué queremos dedicarnos en la edad adulta.
Y además somos testigos de cómo lo comparten, orgullosos, con el entorno de familia y amigos, diciendo frases similares a: “mi hijo ya sabe que de mayor quiere ser abogado, arquitecto, médico…Lo tiene ya muy claro”. Y los interlocutores suelen poner esa mirada de admiración, reafirmando lo bueno que es que a tan corta edad, el niño tenga tan claro su futuro profesional.
Por desgracia, en muchos casos se da por supuesto que ya queda la trayectoria académica marcada, y cuando llega acabamos la escolarización, y llega el momento vital de poder estudiar lo que realmente nos gustaría, quizás ni nos planteamos si realmente esos estudios que hemos elegido a los 8 años es lo que nos gusta realmente a los 16 ó 18 años de edad, porque se ha dado por supuesto durante los anteriores 7-10 años de nuestra vida, que estudiaremos lo que dijimos ese día, seguramente de manera irreflexiva e impulsiva, tras la pregunta a lo mejor del adulto que nos lo preguntó.
Somos como somos, ¿o podemos cambiar?
Evidentemente, no somos la misma persona a los 7 que a los 17. Ha habido una serie de vivencias, una serie de experiencias que nos han hecho ver la vida, en ciertos aspectos diferentes, y hay que tener en cuenta que hay un proceso madurativo cerebral y una adquisición de conocimientos, que todo ello en su conjunto no da unos criterios determinados.
En este sentido, los que lo tiene bastante claro son los psiquiatras en su mayoría, que elaboran por consenso las clasificaciones de los trastornos mentales. Nos dan un margen para cambiar, una flexibilidad, en el sentido que a una personalidad determinada, no se le puede diagnosticar hasta más o menos la edad adulta una personalidad determinada.
Pero la sociedad no. Desde que tenemos uso de razón, integramos en nuestro pensamiento esa rigidez de que somos como somos, y eso no se cambia. Y en parte, esa forma de ser, viene dada por las generalizaciones que nuestros padres y demás adultos de nuestro entorno repiten una y otra vez (sin mala intención), cuando nos dicen “eres….” en lugar de decir “te estás comportando”. Esa interesante (y a veces poco usada) diferencia que existe en la lengua castellana, de los verbos “ser” y “estar”.
Salirse de lo correcto
Y claro, ante un entorno en el que se da por supuesto que “somos como somos”, no nos planteamos cambiar “lo que no se puede cambiar”.
Y en este sentido, habría muchos comportamientos que son ampliamente reforzados por nuestro entorno de adultos, como son la obediencia, la responsabilidad, y el portarse bien en el sentido de ser poco travieso (o poco niño, según se podría también definir en muchas ocasiones).
Ser niño implica, por ejemplo, buscar lo que nos hace sentir bien, usar la imaginación, entre muchos otros aspectos en los que no quiero profundizar. Pero lo que realmente se aplaude por los adultos es el estar quieto, el obedecer, el argumentar como un adulto y el “no hacer el tonto”.
La rigidez
Volviendo al concepto de la rigidez; aprendemos desde pequeños a que si no nos “movemos” a nivel de pensamiento o forma de «ser”, estamos en lo correcto, en la “zona segura”, en el camino correcto. Pero muchas veces, esa rigidez y determinismo, nos lleva a que a lo largo de la vida, actuemos en función de lo que nuestro entorno, o la sociedad considera que es lo correcto, como tener pareja estable a cierta edad, casarnos, tener hijos…
Pero sin nos movemos dentro de la rigidez, corremos un riesgo elevado de ser infelices, porque acabamos trabajando en lo que un día, con nuestra mentalidad infantil, dijimos (muchas veces sin saber realmente de lo que hablábamos), pero que en realidad no nos gusta, o llevamos en general un estilo de vida y una forma de ser tal y como nos han dicho que hemos de actuar o como hemos de comportarnos según nuestra personalidad.
El que se considera tímido, por ejemplo, no va a intentar ser extrovertido, a lo mejor por un simple pensamiento de que “soy tímido, es mi forma de ser”.
Aparición de problemas
En función de muchos factores, tanto internos como exógenos, esa rigidez de pensamiento así como comportamental, puede desembocar en la aparición de problemas de ansiedad, en sus diversas manifestaciones, así como en cuadros de depresión crónicos, o incluso en problemas físicos que en realidad son una somatización de un malestar psicológico no resuelto.
En ocasiones, cuando una persona que ha vivido en la rigidez, observa el comportamiento de los niños, puede llegar a ver con nostalgia, aquella esencia del niño que dejamos de ser siendo todavía niños…
Dra. María Eugenia Valverde
Médico Psiquiatra
IPITIA