Damián Ruiz
El ritual de conducta, en el paciente de TOC, está vinculado, normalmente, a una superstición, es decir, a un pensamiento irracional, por ejemplo: “sigo contaminado”, “puedo contaminar”, “puede que haya hecho daño a alguien”, “necesito volver a comprobar si he apagado los fuegos de la cocina porque sino puede quemarse la casa”…
Y eso implica, en algunos casos, minutos, en otros, horas de repetición.
Pero ¿qué es lo que está ocurriendo a un nivel más profundo?
La persona está atrapada en un miedo intenso que genera una profunda ansiedad y esa ansiedad se canaliza de manera obsesiva y repetitiva a través de unos rituales que pueden durar mucho tiempo.
Pero ¿de dónde viene ese miedo?
Hago un paréntesis, yo acostumbro a decir que, entre otras muchas clasificaciones en las que se pueden etiquetar a los seres humanos hay una que los podría separar en dos:
- Aquellas personas que viven para alcanzar sus deseos
- Aquellas otras que viven para evitar que sucedan sus miedos
En términos freudianos podríamos hablar de impulso de vida (eros) e impulso de muerte (tanatos).
Y ¿cómo alguien, como las personas con TOC, desarrolla un impulso tanático?
Por las experiencias vividas en un determinado momento de su vida.
Siempre acoto que, probablemente, haya una predisposición genética en las enfermedades de la mente, pero “la genética predispone pero no necesariamente condena”, lo cual significa que, quizás, exista la posibilidad de que con un estilo de vida adecuado pueda evitarse padecerlas.
Pero volvamos a la cuestión. Si en la infancia, en la adolescencia o incluso en otros momentos de la vida se han sufrido circunstancias que a una persona le han obligado a “protegerse”, por ejemplo: acoso escolar, abuso psicológico, físico, sexual, vínculos ambivalentes por parte de los padres, aislamiento, trabajo excesivo, frialdad emocional, etc. Es muy posible que en la psique de esa persona (niño, adolescente, …) se instalase una actitud preventiva, de excesiva prudencia, inclusive miedo, para evitar que eso se volviese a repetir. Es, además, probable que ante cualquier indicio de malestar por parte del entorno el individuo se sintiera culpable. Pongo por ejemplo un ambiente familiar tóxico donde el padre maltrata psicológicamente a la madre (o viceversa) y el hijo o hija procuran pasar desapercibidos para no desencadenar una reacción negativa del padre. Si de repente la situación se precipita, es posible que le aparezca un fuerte sentido de culpabilidad.
Entonces, si no se han elaborado e integrado las vivencias traumáticas existe la posibilidad que se haya encriptado un mensaje de alerta a nivel psíquico, como una especie de virus psíquico, que tiene suficiente poder para llegar a controlar la vida de la persona, monitorizando sus actos y haciendo que la ansiedad recurrente se canalice a través de las repeticiones.
Y ¿cómo desactivamos ese “virus psíquico”?
A través de la integración de las circunstancias vividas, de la recuperación de todos los aspectos sanos de la personalidad, incluidos aquellos que hacen referencia a las aptitudes, talentos y vocaciones, y de la desfocalización del síntoma para centrarnos en “el deseo”.
El deseo que subyace en la naturaleza de cada individuo, la conexión con el Eros y que es aquello que nos motiva, que nos alegra, incluso que nos apasiona y que el paciente con TOC ha sacrificado para evitar que ocurra nada negativo en su vida.
Es decir, una combinación de trabajo profundo y de acción en la vida real.
La repetición obsesiva ya sea mental o conductual lo único que indica es que hay una necesidad de integrar aspectos reprimidos, de atreverse a confrontar el miedo que supone ser uno mismo y de pasar a la acción.
EL TOC es un síntoma y al síntoma no hay que confrontarlo directamente, hay que eliminarlo por la vía del fortalecimiento psíquico hasta que este ya no tenga ninguna fuerza.
Damián Ruiz
Barcelona, 2 de Octubre, de 2025