La culpa
¿De dónde proviene la culpa? De la debilidad.
Quiero explicar esta afirmación para que pueda entenderse por qué lo digo de una manera tan categórica. En primer lugar hay que decir que para que la culpa pueda activarse es necesario un sistema de creencias personales más o menos rígido, ya provenga de la moral conservadora más tradicional o de la ética relativista de los tiempos actuales, y a veces se juntan ambas para mayor confusión de la persona. Por ejemplo alguien que al mismo tiempo tiene un sentimiento de pecado puede pasar por la sensación, puntual, de no haber sido correcto en una conversación, no sea el caso de que haya podido ofender involuntariamente a alguien.
Vivimos tiempos flojos donde los pensamientos, comportamientos y emociones están atenazados o bien por rígidos convencionalismos o por esa nueva tiranía de la corrección política, ambos contrarios a la libertad de la persona y que, por tanto, pueden bloquear su desarrollo y generar mucha inseguridad.
Pero si la persona vive en una posición de fortaleza interna puede tener ambos códigos, el tradicional y el “correcto”, como parte de las reglas de juego en las que se basa la sociedad actual y teniéndolos en cuenta, vivir con independencia y seguridad.
La infancia
El problema es cuando alguien ha sido sobreprotegido en la infancia o la adolescencia o por el contrario acosado, humillado o desamparado, ya sea por parte de alguien de la familia, en la escuela o en algún otro lugar donde se haya desarrollado en las dos primeras décadas de su vida. También en caso de no haber tenido adultos fuertes de referencia, es decir padres inseguros, mojigatos o excesivamente apegados a las normas pueden hacer que la persona no haya creado una estructura psíquica suficientemente estable, algo que le permitiría “funcionar” dentro del marco social pero sin temor.
Por todo eso he dicho al principio que la culpa irracional proviene, fundamentalmente, de la debilidad. Otra cosa es la culpa basada en hechos reales y concretos que sucedieron en el pasado para lo cual existen dos mecanismos compensatorios: la confesión, es decir hablar con alguien con suficiente autoridad moral explicándole lo que aconteció, y la expiación, que consistiría en realizar algún tipo de acto – penitencia a través del cual se genera una verdadera liberación o arrepentimiento de los hechos acaecidos. Esto último también debería ser pactado con alguien con dicha autoridad moral para la persona.
Dolor y obsesión
Pero, en este caso, de lo que hablamos es de la culpa sin una realidad que la justifique. De la culpa surgida de la duda, del miedo, de la amplificación exagerada de un hecho sucedido. Pondré algunos ejemplos:
Los típicos juegos de infancia entre niños y niñas, o del mismo sexo, que no son más que producto de un despertar de sensaciones vinculadas al cuerpo, y que después en la edad adulta muchos lo convierten, en su imaginación, en un pecado terrible, cuando esos juegos entre pre-púberes no son muy diferentes a los que realizan los monos entre ellos. También algunos actos algo salvajes realizados en la adolescencia o en la primera juventud que, pudiendo haber afectado puntualmente de modo ligero a alguien, no tuvieron más trascendencia y hoy se recuerdan casi como crímenes cometidos, o rupturas bruscas entre personas, no haberse despedido de alguien… Hay muchas situaciones que, para mucha gente, son vividas con cierto dolor pero que para otros son motivo de obsesión.
Quién eres
Tienes que fortalecer tu personalidad y para ello debes proponerte retos a conquistar en la vida real, no importa si fracasas o tienes éxito, eso es lo de menos, lo importante es que aprendas a competir y a combatir, legal y éticamente por supuesto. Para ello quizás debas entrenarte en algún tipo de deporte, leer biografías, novelas o libros que te inspiren y te activen, no caigas en productos que solo te llevan a la reflexión o a estar todo el día repasando si lo que haces está bien o mal. La vida es también acción y todo ser humano, sea como sea, tiene su lugar en el mundo. Debes poder encontrarlo pero para ello hay que dar un primer paso.
Mira películas donde hombres y mujeres toman decisiones arriesgadas, se enfrentan a sus propios miedos e inician la conquista de su propio destino.
Por ejemplo, en la excelente serie “Vikingos” creada por Michael Hirst puedes encontrar las diferentes naturalezas y arquetipos que subyacen en cada uno de nosotros, también hoy en día, aunque contenidos debido a una época atomizada y superficial como la que vivimos. Pero somos eso: el guerrero, el sabio, el adivino, el labrador, el artesano, la reina, la princesa, la madre, la mujer casta y virginal, la independiente, todo ello de una manera limpia, pura y directa. La cuestión es encontrar quién eres, qué late en ti bajo esa culpa que te atrapa.
La culpa no se deshace mediante la evitación de todo aquello que te puede dar miedo, se disuelve si vuelves a recuperar una actitud fuerte en la vida y para ello es importante empezar a activarse.
Psicólogo Clínico
Analista junguiano
Director del IPITIA