La ansiedad en la infancia y adolescencia: cómo entender lo que no siempre se ve

La ansiedad en la infancia y adolescencia:

cómo entender lo que no siempre se ve

 

Cuando se habla de ansiedad en la infancia y la adolescencia, la imagen habitual suele ser la de alguien que se muerde las uñas, tiene dificultades para dormir o experimenta ataques de pánico. Sin embargo, la realidad muestra que la ansiedad en estas etapas muchas veces se presenta de forma mucho más sutil y camuflada.

En muchos casos, la ansiedad no se presenta de forma directa.

Se disfraza de otras cosas. Puede aparecer como una hipocondría repentina (“me duele el pecho, ¿y si me pasa algo?”), una rabieta aparentemente injustificada, miedo a la oscuridad o dificultad para separarse de los padres. También puede expresarse como una necesidad constante de aprobación, una autoexigencia disfuncional en el ámbito académico o una tristeza sin causa aparente.

En estos contextos, el síntoma no es el problema en sí, sino la forma que encuentra el niño o adolescente para expresar un malestar interno que aún no sabe nombrar. Por eso, además de ofrecer estrategias concretas para la regulación emocional, el objetivo se centra en indagar en el significado del síntoma: ¿Qué representa ese miedo? ¿Qué parte del entorno o de su mundo interno no logra poner en palabras? ¿Qué mensaje esconde esa ansiedad?

Todo este proceso parte de algo fundamental: el vínculo terapéutico.

Ningún niño o adolescente va a poder hablar de lo que le duele si no se siente en un espacio seguro. Por eso, más allá de lo que dicen con palabras, es importante escuchar con atención el tono, las repeticiones, los silencios, los gestos… Es ahí donde empieza a aparecer lo verdaderamente importante y emocional.

En ocasiones, un miedo a morir puede simbolizar una vivencia de desbordamiento emocional. Un temor a quedarse solo por la noche puede reflejar una experiencia de vacío afectivo. Y lo que parece una simple rabieta muchas veces es una demanda intensa de validación, atención o contacto.

El objetivo no es suprimir la ansiedad como si se tratara de un error, sino darle un lugar, un sentido y una voz. Solo así puede transformarse en algo comprensible y manejable. Porque cuando un niño o adolescente siente que puede ser escuchado sin ser corregido, que puede mostrar su mundo interno sin ser juzgado, algo empieza a cambiar. Y ese cambio, aunque sea pequeño, puede ser el inicio de un camino muy necesario.

 

 

Alèxia Lizondo

Mayo, 2025

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